Después de que se anunció, creció bastante la expectativa sobre la nueva clase semanal de educación sexual, en el séptimo año de secundaria. Aquel martes,  todos los alumnos esperaban el inicio con mucha ansiedad (considerando la pubertad y la pre-adolescencia, esto es muy común); pero era particular el caso de Alfredo y Félix, de 13 años cada uno, que especulaban sobre la manera de hablar de un tema tan tabú, pero deseado, por parte de la profesora: que si traería muñecos para mostrar esos “detalles” corporales, que si verían imágenes “prohibidas” en el proyector….etc.
Nada de eso, un libro de 320 páginas les cayó encima  a cada uno: no había diferencia con la aburrida clase de biología del día anterior.

Y, como ocurre con la nueva generación de jóvenes digitales, la esperada clase de educación sexual se quedó sin la atención por parte de los chicos, más interesados en la tecnología que en los libros tan fríos.

 Félix encontró, días más tarde, en su tablet, una página web con exactamente la misma información del libro, pero quizá más enriquecida con imágenes y algunos videos. Se lo comentó a su mejor amigo Alfredo, y se lo plantearon a la profesora la semana siguiente. Ella tampoco estaba a gusto con la clase, sentía que se desperdiciaba contenido a través de la típica forma de enseñar: pensó en algo…

Anotó en el pizarrón varias opciones, diferentes entre sí, y cada alumno pasaba a dejar una “x” como si fuera un voto: el cine, el internet, la fotografía y la música ganaron, y serían, sin perder el hilo de la clase, los que enriquezca la misma.

 

Funcionaba, los chicos estaban sumergidos en ese tema tan interesante a esa edad; los cautivaba el contenido presentado de otra manera sacando a la luz que, más en estos tiempos, las nuevas generaciones tienen tantas maneras de desviar su atención, que es esencial plantearse una reforma de calidad a la enseñanza de la sexualidad humana